domingo, 6 de noviembre de 2011

Todos los pájaros del mundo


Estábamos tomando el té. Hablando acerca de la casa de campo que estaba aún en proceso de ser terminada. Estábamos ansiosos de ir a pasar el día ahí, así que arreglamos la terraza de nuestro departamento en el piso 20 para tomar algo de aire mientras tanto. Marianita nos mostraba un libro de animales. Karina le explicaba que muchas de esas especies la estaban esperando en el campo, que no faltaba mucho para poder ir a pasar días enteros allá. Donde podría ir al río, mojarse los pies en el agua, ver ranas, renacuajos, peces, tal vez zorros, quién sabe.

-Luego podríamos recoger las flores más bonitas y ponerlas en tu cuarto para que te acompañen en la noche. Te gustaría eso?

-Sí mucho.

-Eso haremos.

De repente un ruido a lo lejos, el aleteo intenso, Karina dijo, miren arriba. Y miramos, algo que nunca había visto, miles de pájaros, aves enormes, aleteando y gritando, unas al lado de otras cubriendo el cielo y avanzando con prisa. Era un espectáculo. Marianita se reía

-Papá cuántos pájaros!

-Están migrando, viajan buscando comida y calor

-Y a dónde están yendo?

-No lo sé.

Karina notó que habían demasiados pájaros, que esa no era una bandada normal. Lo dijo de una manera tranquila, no quería poner nerviosa a Marianita.

-Mi amor, has notado que la bandada es particularmente grande?

Nadie dijo nada, el aleteo de las aves chocando entre sí hacían evidente que estaban unas sobre otras, quitándose espacio. Los chillidos que emanaban no eran placenteros de oír.

-Más té?–preguntó Karina.

-Si, por favor. Marianita, tú quieres un poco de agua?

-Sí papá.

Karina nos sirvió.

-Papá mira, mira!

Sobre nosotros, un pájaro bajaba el vuelo y venía directamente hacia nosotros, cayendo. Karina soltó la tetera, agarró a Marianita que alegre iba hacia al ave que venía. Me adelanté, me paré delante de ella y esperé al ave que ya para este momento era evidente que estaba perdiendo fuerza. La cogí con las manos y evité que cayera al suelo. Marianita vino a verla, Karina la agarraba de las manos y trataba de llevársela a la casa.

-Mamá qué le pasa al pajarito?

-Vamos adentro mi amor, tu papá lo va ayudar.

Yo les dije que sí, que yo lo ayudaría, que seguro el pajarito estaba enfermo y por eso había caído.

-Pero papá por qué está enfermo?

-No lo sé.

Karina miró hacia arriba.

Tomó a Marianita con fuerza y le dijo que ya se había acabado la hora del té. Que había que entrar a la casa. Mariana se opuso. Miré hacia arriba. El cielo ya estaba cubierto, sobre nosotros volaban todos los pájaros del mundo. Aglomerados, gritando. En mis manos, el ave que salvé de caer, murió. Marianita gritó.

-Mariana vamos adentro ya!

Marianita logró soltarse de Karina, corrió y me quito el ave de las manos.

-Pajarito despiértate! Papá dale comida, dale agua!

-Rodrigo mira eso

Uno a uno empezaron a caer los pájaros. Algunos otros daban vueltas en círculos, desorientados, hambrientos. Su peregrinación no llegaba a ningún puerto, ya no había dónde descansar, dónde comer. Nos quedamos observando. Tomé a Mariana de la mano y abracé a Karina. Los tres vimos a los ojos a las aves que cayeron cerca de nosotros. El agotamiento, el hambre, sus ojos cerrándose y el suelo esperándolos. Mariana y Karina lloraban. Yo las abrazaba fuerte, pensaba en la casa de campo, en el libro de animales de Mariana, se me ocurrió comprar una jaula, tal vez sería una buena idea guardar un par de pajaritos de colores para que los vea cuando ella quiera. La idea me incomodó un poco, pero estoy dispuesto a hacerlo, si sucediera que en el bosque ya no existiera el canto de los pájaros por la mañana.