sábado, 30 de junio de 2007

compañía

Como si saliera del centro de mí un bosque entero
que estalla
como si cientos de pájaros azules volaran encima de mi cama
como si ocho lagartos inmensos comieran de mi refri
y lo tiraran todo al suelo
como si una familia de monos jugara a las cartas en mi mesa de centro
y el más chico fuera perdiendo

entro a mi cuarto y saltan sobre mí pequeños tigres practicando a ser feroces
hormigas gigantes trepan las paredes
arañas en el techo tejiendo redes de hilo
hojas secas en mi armario
muy juntas
muy juntas

me siento a verlo todo
y ya me invitan a jugar
me reparte las cartas un mono gris
que creo que me está haciendo trampa
el más chico no se queja y los demás fuman algo que huele bien

de pronto un sonido
como un silbido dulce

un gran árbol los llama de vuelta

¿a dónde van todos?

¿Puedo subir también?
no quisiera seguir aquí
mi casa no va ser la misma sin ustedes.

rayo

Está por partirme un rayo
Se anuncia
Y lo veo

Ahí viene, empujando a otro rayos
Los que van por ti
y por él
y ellos
por todos los que tienes alrededor
que seguro no están viendo.

miércoles, 27 de junio de 2007

no duermo

no puedo dormir
me persigue algo
alguien
una idea
una mentira
un sueño mal soñado

y me echo
pensando que duermo
y me lo creo
pero al primer ruido lo veo
las manos cerradas
la mente despierta
los ojos cansados

listos para abrirse
el cuerpo para levantarse
y salir corriendo
huyendo
escapando
de todo lo que viene tras de mí

pero hoy no quiero

quiero una cama
otra cama
una contigo dentro

para dormir

ven por mí

atrápame
llévame
quiero soñar algo nuevo

sábado, 23 de junio de 2007

tos

en estos días de gripe
cuando quiero bostezar
antes que el bostezo llega una tos
una tos antipática
que corre y se pone delante de mi deseado buen bostezo
mira ahí viene,
ella, la tosesita esa
y antes que el rugido del sueño
se oye un

cof

seco
y al fondo ya se va eso que pica
es esa tos que se va corriendo
huyendo
riendo
y no me gusta
porque mi bostezo ya no quiere volver
y yo me voy a quedar esperando.

mi cabeza 1



a veces, sólo algunas pocas,
me doy cuenta que pretendo cosas no sólo imposibles
sino irracionales
materialmente irrealizables
emocionalmente robóticas
es como si mi cabeza dirigiera todo
desde tan arriba
que no conoce lo que maneja
y quisiera modificar sistemas
que no lo son
que son latidos
pero ella parece no notarlo
es como si le pareciera poca cosa
todo eso de allá abajo

pero de pronto volteo y no hay nadie
y ahí dice mi cabeza:
verdad que yo
es todo completo
me equivoqué de nuevo.
restart.

y todo vuelve a empezar.

hambre


esta cremita de tomate de sobre
terminó siendo un magma hirviente
lleno de sabor a cosas que la tierra no da.
anoche me quemé el paladar con una mala y malvada pizza caliente
la salsa de tomate
justo donde empiezan los dientes
ahora este magma remueve el dolor
como que jugara con él
y yo cierro los ojos
porque me duele
pero tengo hambre.

hace tres meses que tengo hambre.

jueves, 21 de junio de 2007

mesas


Sobre la mesa pongo, al final, todo
Nada queda vacío conmigo
Llenarlo hasta desbordarlo
Poco a poco
Tenerlo todo a la vista
Lo que guardo se me pierde
Mi mente y mis ojos andan muy juntos

ronquido por teléfono


me tienes marcando con el dedo números
en el teléfono
treinta números para alcanzarte
cero ocho veintidós
dos seis seis
tres tres tres tres
y más
y el tuyo
para oír tu hola
y sonreír desde adentro
con el corazón latiendo tan fuerte
que hasta aquí se escucha.
de pronto roncas en mi oído
y cuatrocientos planetas se alinean frente a mí
para recordármelo todo.

entonces de algún lugar que no conozco sale luz
y abro más los ojos y veo la magia que no tiene trucos
que es tan cierta que me hace dudar
tan linda que me aterroriza.

estás tan dentro que me tienes casi completa
raptada.
retenida contra mi estúpida voluntad.

ruidos

mi estómago anda queriendo comunicarse.
hace días,
semanas
casi meses ya
que hace ruidos extraños
sin dolor
como un silbido a la distancia
un estoy aquí cantando
no se queja
no golpea
es como si quisiera decirme
creo que estoy contento

un sentido entero

Tengo ganas de sentir por todos lados
dejar ir
unir las partes
que mi piel entera vea
que mis manos también oigan
que mi espalda sea capaz de olerte
que mi pelo sienta el viento en cada hebra
que de mis uñas salga luz
de mis pasos palabras
quiero sentir el sabor de todo con sólo mirarlo.

De repente así no caería tan fácil en cada tentación
no iría tan de prisa
no tomaría tantas cervezas
no necesitaría a nadie más que a ti.

jueves, 14 de junio de 2007

sillón


Creo que esta noche voy a dormir en el sillón. En mi cama mis sueños se vienen repitiendo.

lunes, 11 de junio de 2007

botas

Estas botas nuevas
Todavía no me llevan
A donde quiero llegar

bolitas, luces y duendes



Cuando ya es muy tarde y sigo mirando la pantalla,
estas bolitas que adornan el blog como que me hacen un jueguito visual.
Y las letras se encienden y se apagan
como si fueran luces en un cartel luminoso que ya casi no anda.
Un cartel de algún sitio pequeño, casi desconocido
que alberga a unos cuantos duendecitos vestidos de colores que cambian.

Como las lucecitas.

domingo, 10 de junio de 2007

c.g

y ahí estaban
todos sus defectos
echados en tu cama.
pero cuando se volteaba, y te miraba
era como si los hubiera aplastado a todos
con la espalda.


para c.g:
si tiene la camiseta puesta no se cambia de equipo así nomás.

viernes, 8 de junio de 2007

escobas

No me gustan las escobas
Menos cuando tienen como compañero
A un pequeño recogedor
Tan pero tan pequeño
Que tengo que ponerme al nivel del polvo
Para sacarlo de mi piso
De entre mis zapatos
De entre los cables que se enredan solos
y no admiten intrusos.
Me gustaría tener un gran soplido
como el de ese lobo malo
y de una sola vez
limpiar mi casa entera.

martes, 5 de junio de 2007

esascosasqueunopiensa

Muchas veces pensé que estaría todo bien
Que mi ropa olería a limpio si la dejaba airearse
Que curaría mis enfermedades con sólo quererlo
Que me levantaría temprano sin despertador
Que leería todos mis libros
Que comería sano y no tendría hambre
Que mi pelo dejaría de caerse
Que no vería más televisión
Que mataría a todos los mosquitos
y no me picarían nunca más
Que te olvidaría por dejar de recordarte
Que me querrías toda la vida
Aunque yo te dijera que no.

una casa


Mi casa está desordenada
Mi almohada cayó al suelo y se ensució
No quiero lavar nada
El frío me entristece
Los platos están limpios de no comer
La alfombra se hizo amiga
De mis zapatos
Mi casa me guarda de todo
Me cuida de nadie
El agua se escapa del caño cerrado
Que no cierra
La cortina del baño no se abre
El jabón se secó hace días
Estoy pero no
Mi casa se va ir olvidando de mí

espejo


Este espejo que tengo deforma mi cara un poco
Tengo que subir y bajar encontrando la figura que más me guste
Así ando más o menos estos días
Por acá
En esta ciudad que me aleja y me acerca
De todo y de todos
Los que quiero, quise y quiero más que antes
Me quito y me pongo
Ideas en la cabeza
Buscando las que más se acerquen a la verdad
Ojalá termine encontrando
La figura que sea en verdad yo.

choclo

El choclo huele hasta aquí y no estoy tan cerca
Le eché agua caliente desde el inicio para que se sancoche más rápido
A veces me siento así
Como que me apuran
Como si me estuvieran echando pequeños chorros
Chorros calientes
Que me hacen correr un poco
Aún cuando no quiero ni caminar

mirando

A veces miro por dentro de tus ojos y no veo a nadie

A veces me miro y me paso de largo

Cuando me miras, a veces, siento que si nos juntamos de repente aparece algo.

Te

Extraño
Tu cara
Tu pelo
Tus cachetes
Tus pecas
Tu espalda peluda
tUs dientes sin lavar
Tu estómago sonando
Tus ronquidos
Tus mañanas
Tus ojos cerrados
Extraño lo lento que despiertas
Tu pelo pegado a tu frente
Tu baba en mi almohada
La cama entera tomada por ti
Extrañaré mi borde
Mi vaso con agua vacío
Mis chocolates que se acababan
Mi televisor en el fútbol
Extraño tu barba
Tus uñas ocultas
Las medias eternas
Los calzoncillos viejos
Tus polos nuevos
Extraño mis ojos mirándote
Mi boca besándote
Mi lengua en tu cuello
Y tu ombligo
Mis susurros en tu oído
Tus besos en mi hombro

Extraño quererte en vivo

Lo que eres


Eres a lo que no vuelvo.
Un recuerdo guardado, casi perdido de tan poco buscarlo.
En el desorden de mi vida estás traspapelado
Sobre ti hay ya muchas cosas
Pero las pocas veces que se detiene un rato el mundo
Y una luz entra cálida en mis ojos
Noto recién que eres la mesa que lo sostiene todo
El armario que contiene mi vida
Esa luz que entra por mi ventana.

No dijo nada. Era mudo.

Juan Francisco era mudo. Por defecto de niño. Por decisión de adulto.

Lo último que dijo fue:
Esto no me gusta nada.

edificio




Se escuchan pasos arriba.
Al lado una mujer le grita a alguien que no responde.
El agua chorrea por todos lados.
Corre por el suelo,
gotea en la cocina y en el baño,
aparece de la nada.
Es algo que no me gusta,
dejar correr el agua como si no importara.
Tampoco la pelea al lado,
que sigue sin respuesta y todavía no termina.
Pero me gustaría saber
a dónde llevan esos pasos
que oigo desde aquí.
Y a qué me recuerda
el silbido del portero
en las mañanas.
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a un costado

Te arrimé como se arrima algo grande. Pesado. Viejo. De a pocos. Con el hombro, y las piernas y las manos. Primero un lado, se separa de la pared. Voy al otro, empujo, con hombros manos y piernas que se han cansando un poco. Te saqué de ahí ya. Te separé de tu sitio. Quedé libre. Con una marca. ¿Una mancha?

Parece que sigues por aquí.

blur

Dos vinos
Y la pipa
Horas sentada
Pensando en mil cosas que no sean tú
Hay varias. Si realmente las buscas aparecen.
Quién lo diría.

Las hablé todas
Una por una
Al final de la noche
Tengo la boca morada
La cabeza frita
Los ojos a la mitad
La garganta molesta
Y todo
Y nada
Igual eres mi tema que no se calla
Eres esa tercera persona que no está
Ese imaginario que llega viene, me habla y me da un beso
¿Y de qué estaba hablando ella frente a mi?
No me dejaste oír
Y ahora desapareciste
Y me perdí la mitad de la conversación
Retomar sin que note que no estuve aquí
Claro.


Mi cigarro 19 en mi boca. ¿Serán muchos para un domingo?
Tu dirías que sí. Lo sé. Pero sólo si te lo preguntara
Maldita manía la de no decir nada
Ni que fueras mudo maldición
Dime que no te gusta
Di
no me gusta
repite
No
Di
No- me- gus- ta
Di

No

Eres así. Qué puedo hacer. No te cambiaría. Sólo me iría.

cosquillas

Me hacía cosquillas en las mañanas
Para despertarme
Decía que así tendría un buen día
Si lo primero que hacia era reírme
A veces tenía razón

timbres

Nadie contesta cuando toco
No hay nadie en casa
Llamo
Grito
Espero
Escucho
El perro ladra y nadie abre
El perro ladra y me huele y ladra más fuerte
El perro no mueve la cola
Me siento en la orilla de tu casa a esperar que salgas
Oyendo el mar que se va yendo
Dentro, por la tubería.
Casi ya no queda nada
Toco tu timbre de nuevo
Espero que si toco trescientas veces más,
llegue una en la que estés

un poco de dolor

-Claro que sí. - Le decía - Claro que sí. O quién crees que soy. Te quiero, claro. ¿Cómo me lo preguntas así?. ¿A qué viene tanta duda?. Te dije que sería así. No eres la única mujer del mundo pero eres la mía.

-La mía- me remedaba- No quiero ser tuya. Quiero ser la única. La que te deje sin aire, la que opaque al resto, la que te haga ver que nadie es mejor que yo.

-Esos son tus rollos - le dije. - Esos son sólo tus rollos y nada tienen que ver conmigo, loca. Separa de una buena vez eso. Yo tengo ojos y nada más para nadie. No entiendes esa diferencia.

Es que ese cuento ella ya se lo conoce. Yo le dije eso antes, y no lo cumplí. Tuve mucho más para tantas otras.

Ahora agarra sus cosas y se quiere ir. Lejos, dice. Hasta que le duelan los pies y el corazón y las tripas de tanto caminar. Aviones buses trenes autos carreteras y pies.

-Tus caminos te van a alejar para siempre si no me dices que te espere.

- A eso quería llegar, - me dice. - Que no me vas a detener. Que vas a mirar mientras camino y eso es todo. Para que cuando haya llegado ya no te sienta más aquí adentro. Tengo que sangrar los pies para que te vayas por ahí y te deje en la tierra de sabe dios dónde porque por ahí quiero ir. Por las tierras que no te conocen. Para hablarles de ti y que me pregunten qué más. Para que me crean que eres todo lo que digo de ti. Que no exagero, que no te guardo rencor. Que no lo digo porque te odio sino porque es mi historia también. Tú eres mi historia también.

Me deja sin palabras. La miro. De dónde saca eso que me dice. Y me mira y me imagino esos lugares, y son árboles gigantes de gente gigante y enana que le preguntan qué te pasa, niña, por qué lloras, y ella les dice mi nombre y ellos se sientan, sacan una hogaza de pan, un vaso de vino duro y ella bebe, y ella come, y mi nombre termina significando maldad en esas tierras buenas, donde ella vivirá por un tiempo hasta ser curada.

¿Cómo voy a buscarte si vas a dejar a tanto ejército en tu guardia? ¿Cómo voy a atravesar semejante defensa? ¿Cómo voy a llegar hasta tu cama para darte un beso y despertarte?

Ella me mira con una lágrima en el ojo que mantiene abierto porque el otro está debajo de sus manos que restriegan y restriegan porque así se pone cuando está nerviosa. Se restriega y se restriega y el pobre ojo no ve nada porque sus manos lo tapan todo y entonces ya no ve cuando le digo que no se vaya porque el otro ojo llora y tampoco ve y le mienten porque aquí estoy de rodillas diciéndole que nada más me importa ahora. Porque fui un idiota que pensó que mirarlo todo era lo importante cuando aquí estás tú sin mirarme y mira todo lo que dices. Y lo lejos que quieres ir porque no quieres que te siga este ciego que tienes en frente.

No le digo nada, porque sus manos que dejaron ir sus ojos ahora toman la maleta y sus pies la llevan lejos de mi casa que vive sólo para ella.

Mañana me va doler la cabeza cuando no te vea a mi lado. Y mi cama me va botar y va levantarse y me va decir que soy un idiota porque anoche, y me lo va contar todo y yo voy a decir eso, que soy un idiota. Y cómo no lo supe antes, si estaba tan claro.

Ella se fue, y la noche se la llevó también. Me quedan días oscuros sin noche. Que no sale ni una estrella ahora, y todo lo que le dije retumba en mi cabeza idiota que tengo puesta sobre este cuerpo idiota.

muñecas

Me duelen las muñecas
Hace unos días
Y recién me di cuenta que son lo único que sostienen
mis manos pegadas a mi cuerpo
Mis muñecas
Las únicas que tengo
Porque de niña no me gustaban las de plástico
Tengo que cuidarlas porque sólo tengo dos
Y luego sin manos
No podría tocarte la cara en la mañana para despertarte
No podría enredar mis dedos en tu pelo
No podría mover la cucharita para diluir el azúcar en mi café
Llevarme este cigarro a la boca
O sostener alguna muñeca
Si quisiera comprarme una.

examen

Hoy tuve un examen difícil
y me mordí las uñas.
La del dedo chiquito derecho más.
No sé por qué,
si es de la que menos hay.
Y me empezó a doler
esa línea donde la piel
extraña a la uña.
Y tuve que escribir
con el dedito puesto de lado.
Como si fuera una señora pituca
cuyo meñique va volando.

milagro.

él apareció
electrónicamente
eso nunca sucede
justo en este momento
que estoy reavivando
con respiración boca a boca
al blog que casi desaparece

es una buena señal.
estoy segura.

oh sí.

bicho

Hay una cucaracha
Es la misma
(espero que sea la misma)
que recorre mi cocina y nunca se deja matar
claro, qué ilusa
cómo se va dejar
pero yo le digo
sal de mi casa
y ella me mira y se va
como siempre
por un sitio muy chiquito
por los que mis dedos, si me atreviera a meterlos,
no entrarían.
Quiero pensar que es una cucaracha inteligente,
ésta de la que estamos hablando.
A diferencia de otras es chiquitita
Y tiene cierta manera de mirarme
porque lo sé, me mira.
Sabe cuándo entro
Y me espera, la miro, me mira y se va.
Espero que no conozca a nadie
A ningún macho que la seduzca
Porque entonces sí
Tendré que dejar de lado lo vivido
Y acabar con ella y su historia de amor.

away


go
away
like birds in the night

when you wake up
you won´t remember a thing
quisiera vivir así...
como en tres cervezas.

-la cigale. con piccini y sofía, que venía maquillada.

3am

ayer no podía dormir. Y te imaginé echado en mi cama, soñando con nosotros y yo me apoyaba en tu hombro y respirábamos al mismo tiempo y tú me abrazabas y yo pensaba que te quería tanto que nunca te iba a dejar ir. así pude dormir.

gatos de noche


Cuando sueño estoy dormida. Nada más que eso.
La gata se frota contra mi mano que escribe. No se da cuenta, o no le importa, que a mi mano no le interesa ella. Pero es que el movimiento le llama la atención y sólo quiere frotarse. Qué humana es mi gata a veces.
De pronto me gustan los gatos. Son distintos a los perros.
Últimamente ando bien felina. O muerta. O rara. O cínica. O histérica. Un poco irreconocible. O lo que sea.
Creo que necesito un león sin pulgas que duerma en mi cama.
No hay fondo hoy.
Sola con la gata que huele a caca y no me deja escribir porque me lame el brazo con su lengua de gato. Lengua de lija que raspa y no moja. Quiero una lengua que moje. Saliva sobre mí. Bien mojada. Que no se asuste cuando la abrace. Que no se meta debajo de mi cama pero que me espere en la ventana y me diga miau cuando entro. Pero sin pulgas.
Sara y Flora se quedan mirando televisión. A veces parecen grandes roedores.
Me gusta cuando Sara trata de agarrar con su pata a Bart Simpson y no entiende por qué cuando lo toca sólo siente un vidrio plano y frío. Ayer le corté las uñas para que no raye mi televisor. No tengo dinero para arreglarlo si se malogra.
Flora es más inteligente. Aprende de los errores de Sara. A veces siento que se burla de su ingenuidad. Otras creo que pierde la paciencia. O tal vez no. Tal vez esa sea sólo yo y Flora se está riendo.
Los gatos se aburren rápido de las cosas. Son bien gatos algunos humanos. Se enredan con las cortinas, se esconden, esperan, juegan, saludan.
No quiero ser gato, ni perro. Ni humano.
Quiero ser feliz.
Quiero ver los Simpson.
Que las pulgas no me piquen nunca.
Poder despertar mañana a la hora que quiera.

por lo que sigo aquí

Tienes mi vida entera contigo
¿Será por eso?
Tienes los ojos que me dicen siempre la verdad
Pero no sé si por eso
Tu espalda dorada, brillante,
como si llevaras una armadura
De la que nadie sabe nada
O por tus pies que pisan pero vuelan
Por tus manos calientes
Por saberlo todo y no gritarlo
Por hablar en mi oído en la noche
Aunque eso sólo esté en mi imaginación

lima, algún mal día

Vivo en la ciudad que vive del río muerto
Camino por entre la tierra de la tierra rota
De los huecos vivientes
Evado insultos y gritos
Me escondo detrás del único gran árbol
En mi podrida ciudad
Yo corro entre basura
respiro excrementos del aire que respiran
humanos e inhumanos
¡Monstruos,
Llévense a los monstruos!
Lejos, dentro,
A su guarida oficial con la bandera que llora y no vuela.
¿Cómo hacerles la guerra?
¿Cómo quitarles esta ciudad del olvido,
Y empezar a recordarla?
Nos levantaremos
Algún día
De nuestras camas y saldremos a llenar los agujeros
A lavar los suelos
A plantar un segundo árbol
Para ya no tener que escondernos.
De los monstruos.

balcón

Necesito una ventana limpia para mirar hacia afuera.
Una ventana con un balcón
una maceta con flores rosadas
y moradas
para ver hacia abajo sin sentirme superior
para darle a alguien la idea secreta
de subir por las noches a buscarme
a ayudarse de las plantas y enredaderas
y subir, trepar, sudar
por mí una noche.
Una escena tan espantosamente romántica
que nos provocaría un ataque de risa furioso.
Y él se sacaría el sombrero
y yo me haría la que se sonroja mientras me voy quitando los calzones
bajo la luna, en el balcón, cerca de la ventana y entre las flores
él y yo nos reiríamos de él y de mí
pero un poco antes de cansarnos, él y yo haríamos el amor
a él y a mí.

la cena

Sin prisa, María termina su postre sentada en el sillón de la sala. En la mesita del comedor reposa todavía la comida que preparó para su madre y su nuevo novio, quienes hace una hora le dijeron que demorarían un momento.

Deja el plato en la mesita de centro y observa el comedor, los cuadros nuevos que cuelgan de sus paredes, sus zapatos tirados alegremente en la alfombra, su cartera regada en el sofá, y de pronto la noción de estar sola en su propia casa la relaja. Coge un cigarro de la cajetilla que acaba de caer al suelo y lo enciende para celebrar su pequeño momento de satisfacción.

Al expirar la primera gran bocanada de humo suena el celular. En su pantalla aparece número privado. Antes habría tenido la certeza de que era su padre, quien desde que se separó de su madre, la llama casi todos los días para conversar, visitarla o salir a almorzar. Antes ella habría contestado con un “hola pa”, pero ahora, número privado también aparece cuando la llama su madre desde el celular de Efraín, lo que la obliga a contestar con un tono completamente neutral, para que ninguno de los dos se sienta ofendido si es que ella esperaba que contestara el otro.

- ¿Aló? - dice, y aguanta el tono de reproche en caso de que sea su madre y sonríe un poco en caso de que sea su padre.

- Hija - dice Pablo.

- Hola pa, ¿qué haces? - sonríe.

- Estoy cerca de tu casa - dice él.

Y se hace un silencio repentino porque él ha usado ese tono que tiene desde hace un tiempo, en el que expone su soledad y aburrimiento ligeramente para ser invitado por ella a tomar un café a su casa sin que él tenga que pedirlo.

-Ah… yo estoy esperando a mi mamá. – le responde.

Desde que ella salió de la casa de sus padres hace dos años, notó con más claridad el hartazgo de ambos y el esfuerzo que hacían por mantener la cordialidad y las buenas maneras entre ellos. Y si alguna vez pensó que estarían mejor separados, jamás hubiera imaginado que aquello podría hacerse realidad. Pero ya han pasado cinco meses desde que eso sucedió y María asumió el hecho con calma. Ahora, la idea de que su padre se entere de que Natalia, su todavía esposa, está saliendo con Efraín la perturba. No quiere estar presente cuando se entere, menos aún cuando los vea juntos y de ninguna manera si ambas cosas suceden en el mismo momento.

- Hace días que no veo a tu mamá – responde él.

Respuesta equivocada, piensa ella.

- Bueno, llámala luego a ver si se ven otro día. – intenta.

- No, creo que mejor la busco en tu casa, sólo quiero saludarla.

- Papá en serio creo que mejor otro día. - le dice apresuradamente.

- Ya estoy en tu puerta, ábreme. – responde Pablo.

Ella mira por la ventana y ahí está su auto, y ahí baja él, caminando graciosamente como si acabara de cometer la mejor travesura.. Ya la vio. Le abre la puerta y entra.

-¿Quién más va venir? - Pregunta él, con cierta alegría.

Y ella recién lo nota. Hay tres espacios puestos en la mesa. Se miran.

- Te sirvo, seguro que todavía no has comido.

Ella lo acomoda en el sitio de Efraín.

Mientras calienta la comida para su padre piensa en maneras de evitar ahora la visita de su madre y Efraín. Sabe que la tarea es difícil, pues ésta es la noche en la que ella lo vería por primera vez. Prácticamente nada podría detener esta visita. Excepto decir que está él ahí.

- Pero ¿por qué haría eso? ¿No merece acaso saber? – piensa María. Y lo mira desde la cocina mientras sirve su plato como lo hacía cuando vivían los tres juntos y luego ella se sentaba a comer con él y conversaban, y llegaba su madre y él sacaba un vino, y todos reían y eran una pequeña familia de tres. Ahora, hay tres familias de uno.

-¿Por qué no hoy?.

Pablo en cambio, no lo ve hace treinta años. Pero todavía recuerda con disgusto aquellos días, cuando Efraín y Natalia eran novios. Cuando los tres trabajaban en la misma oficina y él admiraba de lejos a Natalia. Fue una gran suerte para Pablo que Natalia y Efraín se hubieran separado, pues gracias a eso, Pablo y Natalia se conocieron, se hicieron novios y se casaron. Fue duro en cambio para Efraín, quien a pesar de sus esfuerzos por recuperarla nunca logró de ella siquiera un saludo. Su engaño había destruido la confianza de años y Natalia jamás lo perdonaría. Nunca aceptaría eso. Además, ahora amaba a Pablo.

Pero hace cinco meses que Pablo le dijo a Natalia que estaba aburrido, que no la amaba, que quería enamorarse de nuevo, que quería a alguien más joven, que se iba. Y fue hace un mes, que Natalia y Efraín se encontraron nuevamente. Y desde ese día él no ha parado de decirle cuán bella es, cuánto la extrañó, cuánto la ama todavía.

Suena el celular, María lo levanta, número privado.

- Hola ma.

- María linda, ya estamos llegando, Efraín tuvo un problema en la oficina, te lo cuento allá. Tenemos un vino así que saca tres copas.

María saca cuatro copas de la cocina, pero no las pone en la mesa. Se sienta al lado de su padre a acompañarlo mientras come.

- ¿Quién era?.

-Mi mamá. Dice que ya viene.

-Ah qué bueno. Creo que la extraño un poco, ¿sabes? Mira hija no sé si vayamos a volver pronto, pero creo que sí podemos arreglar algunas cosas.

-Qué bueno pa.

-Sí, estoy contento.

Suena el timbre. María abre sin ver quién es. Se queda parada al lado de la puerta a esperar que aparezcan Natalia y Efraín.

Voltea a ver a su padre y lo ve mirar la puerta con emoción. Sin dejar de mirarlo siente la llegada de su madre. Ve a su padre limpiarse la boca con la servilleta, enderezarse, acomodarse un poco el poco pelo. De pronto lo ve congelar la sonrisa. Endurecer los ojos, ajustar la boca, poner las manos sobre la mesa. Hacer amague de levantarse, pero permanecer sentado, bien agarrado de su sitio, inamovible. María voltea a ver a la pareja. Efraín está cogiendo de la cintura a su madre, ambos miran a Pablo. Antes de que el silencio helado inunde su casa, María saluda a los recién llegados y los invita a pasar.

Pablo se levanta, Natalia lo saluda con un beso incómodo en el cachete y se hace a un lado para que Efraín le ofrezca la mano a Pablo. Pablo recibe el saludo y ambos se miran a los ojos sin que alguno de ellos sepa cuándo retirar la mirada y soltarse las manos que cada vez se aprietan más. María interrumpe.

-Siéntense, por favor.

Efraín y Natalia se acomodan en los dos sitios restantes, María acomoda tres copas, nadie habla.
-Qué sorpresa Natalia, no esperaba verte así tan pronto. – dice Pablo.

-¿Así cómo?- pregunta Natalia.

-Tan mal acompañada- responde.

Efraín respira profundamente. Voltea a mirar a Natalia quien con un gesto le implora paciencia.

- Mal acompañada no estoy hace meses- responde Natalia con tranquilidad.

María desde la cocina contiene las lágrimas. No puede intervenir. Demora la comida, se esconde entre el horno caliente y el ruido de la sartén que salpica aceite hirviendo.

- Pablo, no sabíamos que estarías aquí. – dice Efraín.

- Yo tampoco sabía que estarías tú- responde Pablo.

- Bueno, tarde o temprano lo ibas a saber Pablo. O qué querías, que me quede pensando en ti toda la vida. – dice Natalia tratando de no levantar la voz.

Pablo se mete un gran bocado de carne a la boca y lo mastica furiosamente. Efraín se levanta de la mesa y va a la cocina a pedirle un descorchador a María.

Natalia y Pablo se miran en silencio, ninguno de los dos está seguro de su posición. Ninguno de los dos está seguro de querer al otro pero tampoco de no quererlo de vuelta. Sólo se miran, tratando de encontrar en el otro a la persona que perdieron hace cinco meses. Pero no se encuentran. Han cambiado, son otros con la cara de la persona más importante de sus vidas.

Pablo se levanta, se acerca a Natalia y le toma la cara con las manos. Cierra los ojos y le da un beso en la frente. Natalia cierra los ojos también, y siente en su rostro las manos tibias que tomó por treinta años.

María siente un portazo. Sale de la cocina y ve a su madre en la ventana, quieta.

- ¿Mamá?

Pero ella no voltea. Y María no insiste. Vuelve a la cocina y le pregunta a Efraín cosas que en verdad no le importan. Y él le responde con tanto entusiasmo que ella no se atreve a interrumpirlo para recordarle que hay que descorchar el vino. Lo hace ella, y sirve las copas en la mesa, y una cuarta en la cocina, y la deja llena por si vuelve su padre.

Y va a la mesa, y acompaña a cenar a su madre, que parece estar feliz con Efraín. Conversan, se ríen un poco, están comiendo los dos juntos y ella toma vino y los mira. La noche termina cordialmente, se despiden y prometen verse pronto, y salir, y conocerse y se van.

María recoge la mesa, lava los platos, guarda la comida restante, acomoda las sillas. Y se queda en su casa, con su familia de uno. Y de pronto la idea de formar ella misma su familia de a dos y luego de a tres no le parece tan descabellada. Pero igual deja un sitio para su padre, y un poco más lejos, al otro lado de la mesa, le hace otro a su madre, y se sienta al medio y les sugiere que conversen, que se disculpen, que regresen.



* * *

esas cosas que se caen

Pienso que cuando algo se te cae es porque en verdad no querías tenerlo contigo igual
Ese vaso de leche derramada era leche que no querías tomar
La taza que cayó
Y se rompió
De repente era momento de olvidarla
De dejarla morir
Aunque fuera lo único que te hacía recordar
Alguna época feliz.

Uno, dos, tres cigarros.


Los tres solían tomar juntos, comer juntos. Fumaban cigarrillos, conversaban, se reían y luego Andrea se quedaba sola, porque Carla y Antonio se iban al cuarto y ahí se quedaban hasta el día siguiente. Andrea se despedía, les deseaba buenas noches y luego encontraba algo que hacer, alimentar a la gata, regar las plantas, lavar algunos platos, porque irse a dormir sola no era lo que quería hacer.

Esa noche Andrea, Antonio y Carla, iban terminando una botella de pisco cuando hablaban de una pareja de amigos que conocían desde hace mucho. Recordaban las veces que él se había ido con otras mujeres y todas las otras en las que, luego de un poco de llanto, ella lo aceptaba de vuelta.

- Imagínate tener que pensar cada vez una excusa distinta. Estaba borracho, no quise, no me di cuenta, no significó nada para mí. – dijo Andrea. – Tienen que habérsele acabado todas esas para que diga lo que dijo.

- ¿Qué dijo? – preguntó Carla.

- Se comparó con Michael Douglas. – le respondió Antonio.

- ¿Qué? ¿Por qué? – dijo Carla.

- ¿Te acuerdas que Michael Douglas tuvo una época de maniático sexual? ¿Qué se iba de putas todas las noches hasta que conoció a Catherine Zeta Jones? – respondió Antonio

- Le dijo que ella era su Catherine, que por ella iba a cambiar para siempre. Que ésta era la última. – le dijo Andrea a Carla.

- Ella le dijo que ya, que lo aceptaba de vuelta en la casa. – Antonio terminó la historia para Carla.

- ¿Y ella le creyó? – preguntó Carla.

Antonio respondió con un movimiento de cabeza, los dos se echaron a reír. Carla dijo:

- Mira si es cojuda. Tiene frente a sus narices todas sus idas y venidas y aún así lo acepta de vuelta.

Y Andrea respondió:

- Yo no sé qué haría en su lugar. Por lo menos él no puede con la culpa y le dice todo lo que hace. Hay otros que hacen sus cosas tan a escondidas que una nunca se daría cuenta.

Apagó el cigarro que estaba fumando y que iba por la mitad, y puso el cenicero sobre la mesa. Carla se sirvió lo que quedaba en la botella de pisco y lo tomó de un solo sorbo. Antonio tomó el cigarro a medio apagar de Andrea, se lo llevó a la boca, aspiró y aspiró una segunda vez hasta resucitarlo. Siguió fumando, Andrea sonrió. Carla, con la pequeña copa todavía en la mano, le quitó el cigarro a Antonio.

- Qué manía tan horrible tienes de sacar los cigarros del cenicero cuando has tomado mucho. – le dijo Carla – Es asquerosa.

Y apagó el cigarro.

- A mí me parece gracioso- dijo Andrea.

A Carla le molestó un poco que lo diga mirando a Antonio, si le estaba hablando a ella. Y entonces miró también a Antonio, que a veces no se daba cuenta de algunas cosas. A veces no le gustaban sus ojos, porque no siempre la miraban a ella. Tampoco le gustaba que fumara tanto, y menos los cigarros del cenicero, porque luego cuando lo besaba él le decía que no amor, que acaba de fumar y a ella no le gusta. Y luego cuando ella le pedía que dejara de fumar, él se reía, y le decía que algún día. Tampoco le gustaba su pelo cuando estaba despeinado, ni sus camisas mal abotonadas, sus zapatillas, las mismas de siempre, le molestaban. Pero lo quería. Y a veces se preguntaba por qué pero luego concluía que simplemente lo quería y ese desconcierto le gustaba.

Andrea miraba a Antonio fumar y se sentía contenta porque cada vez que ella dejaba los cigarros a medio apagar él los tomaba con prisa, los revivía y los fumaba hasta el final. Sonreía porque estaba casi segura de que él lo hacía porque entendía que ella lo estaba esperando y cada cigarro que compartían era un pequeño paso que los acercaba. Pero dejó de sonreír de pronto, cuando pensó en el tiempo que podría pasar hasta que Carla se diera cuenta de lo que ocultaban y lo que eso ocasionaría, pero se tranquilizó pensado que tarde o temprano sucedería y entonces todo lo malo pasaría pronto y luego ella sería feliz con Antonio, porque a ella le gustaba tal y como era, con sus cigarros, sus zapatillas viejas, sus camisas desarregladas.

Antonio miró, dentro del cenicero, el cigarro que había sido de Andrea y que Carla había apagado. Nunca se había puesto a pensar por qué los recogía, ni por qué Andrea los dejaba pero esa noche pensó que no quería dejar de fumar, porque lo disfrutaba y ahora que lo piensa, el sabor de los cigarros de Andrea le gustan un poco más que los suyos. A veces querría que Carla se fuera a dormir más temprano, y que él y Andrea se quedaran un rato más conversando, porque ella le divertía, lo relajaba. Le gustaba que ella también tuviera unas zapatillas viejas que siempre usaba con orgullo. Volteó a mirar a Carla y pensó que con ella, en cambio, se sentía seguro. Sentía que ella lo llevaría hacia delante porque ella es así, avanza y él a veces se pierde. No puede solo y no sabría cómo hacerlo sin ella. Por eso no ha vuelto a besar a Andrea, ni ha vuelto a entrar a su cuarto cuando Carla no está. Pero esa noche sintió algo distinto.

Carla se levantó, recogió los vasos, los ceniceros y dijo que tenía sueño, que era hora de irse a dormir.

Andrea miró a Antonio.

- Creo que hay un par de cervezas en la cocina – le dijo, y encendió un cigarro.

Carla se despidió de Andrea y fue a su cuarto.

- ¿Antonio, vienes? – gritó Carla desde su cuarto.

Antonio se levantó, fue hacia Andrea y le dio un beso con sabor a sus cigarros. Andrea lo besó de vuelta, lo abrazó, él se sentó a su lado y le dijo al oído.

- Dime tú.

Andrea lo miró, pensó en ella, en él, en Carla, en su amiga, en Antonio, su amistad de años, en el amor que sentía, en ella de nuevo.

- ¿Antonio? – insistió Carla a lo lejos.

Antonio se levantó, miró a Andrea .

- ¿Me respondes mañana?

Andrea asintió con la cabeza lentamente. Antonio caminó hacia el cuarto de Carla y Andrea oyó la puerta cerrarse.

Andrea se quedó sola y vio que no había mucho por hacer. Carla ya había limpiado lo poco que habían ensuciado, las plantas estaban regadas, la gata no volvía de su paseo nocturno, así que fue a su cuarto, que estaba al lado del de Carla, a ver televisión y subió el volumen porque no le gustaba oír a Antonio y Carla cuando hacían el amor.

anoche al acostarme.

mini obra de 10 minutos.

y dice
así:

Mario está sentado a los pies de su cama. Es de noche ya. Lucía entra al cuarto, se cambia para dormir y se mete a la cama. Apaga la luz de su velador. La de Mario sigue encendida.

MARIO:
Anoche al acostarme encontré un duende debajo de
la sábana.


LUCÍA:
¿Qué?


MARIO:
Sí, era pequeño, bonito... no dijo nada.


LUCÍA:
Un duende pequeño, bonito y mudo...


MARIO:
No era mudo, simplemente no dijo nada.


LUCÍA:
¿Cómo sabes que no era mudo?


MARIO:
No parecía mudo.


LUCÍA:
Pero no dijo nada.


MARIO:
Eso no significa que sea mudo.


LUCÍA:
Bueno, no era mudo. ¿Qué hacía aquí?


MARIO:
No lo sé.
LUCÍA:
Si no dijo nada, ¿para qué vino?


MARIO:
Ya te dije, no sé.


LUCÍA:
Le hubieras preguntado algo, así hubiéramos sabido para qué vino y de paso descartábamos que fuera mudo.


MARIO:
No se me ocurrió preguntarle nada.


LUCÍA:
Está bien, de repente vuelve. Si lo ves de nuevo
le preguntas, ya me quedé con la duda.


MARIO:
Está bien.


LUCÍA:
Bueno, apaga la luz y vamos a dormir.


MARIO:
Una vez leí que cuando aparecen los duendes es porque vienen a avisarte cosas...


LUCÍA:
¿Cosas? ¿Buenas o malas?


MARIO:
Espero que buenas...


LUCÍA:
Pero este duende no dijo nada, tú mismo lo has dicho. De repente era un duende sin misión, un duende perdido.


MARIO:
No creo, porque me miró de cierta forma.


LUCÍA:
¿Cómo te miró?


MARIO:
Así... (le hace un gesto de duende preocupado)...Y de pronto desapareció.


LUCÍA:
Qué duende tan poco serio, viene te mira y se va... ¿Seguro que no se llevó nada? Porque por lo que me cuentas es un duende intruso.


MARIO:
No me pareció un intruso... más bien parecía un invitado sin invitación, de esos que se aparecen de pronto y te alegran la noche.


LUCÍA:
Ya duérmete, es tarde.


MARIO:
No, no quiero dormir.


LUCÍA:
¿Por qué? ¿tienes miedo que vuelva?


MARIO:
No... sólo que quería contártelo.


LUCÍA:
Ya me lo contaste.


MARIO:
Pero no te duermas, espéralo conmigo..



LUCÍA:
Tienes miedo.


MARIO:
No, no tengo miedo.


LUCÍA:
Entonces duérmete.


MARIO:
No tengo sueño. Por favor, espéralo conmigo. Quiero que tú también lo veas.


LUCÍA:
Tengo una reunión mañana temprano, ¿te acuerdas? Si no duermo bien me despierto con los ojos hinchados.


MARIO:
Sí me acuerdo...pero te lo pido como un favor... además, se te ve graciosa con tus ojos hinchados.


LUCÍA:
Sólo a ti te da risa. Se me ve horrible...


MARIO:
¿Por favor?


LUCÍA:
No sé a quién se le ocurre esperar duendes a esta hora... sólo a ti.


MARIO:
Gracias.


LUCÍA:
Ya, no me agradezcas mucho y más bien a ver si te comunicas mentalmente con tu duende para que venga de una vez.


MARIO:
(SE RÍE) Estaría bien eso de comunicarse con un duende ¿no?


LUCÍA:
Sería muy raro en verdad...


MARIO:
No me parece raro, la telepatía existe. Tú y yo deberíamos probarlo.


LUCÍA:
A ver piensa algo a ver si te oigo.


Mario se concentra.


LUCÍA:
“Pobre Lucía, mejor le digo que se duerma”. ¡Eso has pensando!


MARIO:
No, pensé “te quiero mucho”.


LUCÍA:
Mmm... no tenemos telepatía entonces...


MARIO:
Ya, otro intento, ahora piensa tú.


LUCÍA:
A ver... (SE CONCENTRA)... Ya.


MARIO:
“Mario, te amo”. Eso pensaste.


LUCÍA:
No, pensé Mario estás mal de la cabeza...



MARIO:
¿Por qué estoy mal de la cabeza?


LUCÍA:
¿Por qué? Mira, si me preguntas eso es porque definitivamente estás mal de la cabeza... Confirmado.


MARIO:
¿Está mal querer hablar contigo un rato?


LUCÍA:
A esta hora, mientras esperamos a un duende que no llega, sí.


Mario no responde.


LUCÍA:
Perdón, Mario, pero estoy cansada. Mejor me duermo.


MARIO:
Cinco minutos más, vas a ver que va venir.


LUCÍA:
(COMO PARA ELLA) Los duendes no existen....


MARIO
¿Qué?


LUCÍA
¡Los duendes no existen!


MARIO:
Éste sí existe, Lucía, este sí. No me digas que no.... por favor...


LUCÍA:
¡¿Qué quieres que te diga?!


MARIO:
Quiero que me digas que va venir, quiero que te quedas despierta conmigo toda la noche, quiero... te quiero a ti...


LUCÍA:
Mario duérmete ya, por favor, ¿sí?


MARIO:
¿Se acabó todo?


LUCÍA:
Hablamos mañana, estoy cansada, por favor.


MARIO:
Da lo mismo mañana que hoy, háblame hoy.


LUCÍA:
No es lo mismo. No es.


MARIO:
¿Mañana sí vamos a tener telepatía?


LUCÍA:
No sé..


MARIO:
(REPITE, SORPRENDIDO) No sé...


Se hace silencio, Mario se levanta de la cama, se viste, se dispone a salir.


LUCÍA:
¿Qué haces?


MARIO:
Buenas noches Lucía...


LUCÍA:
Ya... mira, esperemos al duende.


MARIO:
No... mejor no. Igual ya no sé si venga...


LUCÍA:
¡Oye! ¡Oye! ¡Tú tienes que estar seguro de que va
venir, Mario! ¡Tú tienes que estar seguro!


MARIO:
¿Y por qué yo sí? ¿Por qué tengo que ser yo el que crea?


LUCÍA:
Porque si tú no crees no nos queda nada... tú no puedes dudar nunca... tú no...


MARIO:
Así no es Lucía... así no funciona...


LUCÍA:
No digas eso... ¡te dije que quería dormirme! ¡Hoy no quería hablar de nada!


MARIO:
Entonces duérmete...


LUCÍA:
No...


MARIO:
Duérmete Lucía... sino mañana te despiertas con los ojos hinchados y a ti no te gusta eso. Tu reunión es importante. Duerme.


LUCÍA:
Mario...


MARIO:
Tus ojos Lucia, acuérdate... tus ojos...


LUCÍA:
¿Y tú?


MARIO:
Yo voy a tener que esperarlo... ¿Qué crees, que viene o que no viene?


LUCÍA:
Espero que venga...


MARIO:
Entonces duérmete, mañana te cuento.


LUCÍA:
Está bien...


MARIO:
Buenas noches...


LUCÍA:
Buenas noches...


Lucía le da un beso, apaga su luz, trata de dormir. Mario la mira, con la luz de su velador encendida.


MARIO:
Por favor regresa...

una angustia que hace cric

Siento una angustia que se mueve y que muerde mi estómago. Es como si lo arañara mientras canta cric cric. Y luego dice cric de nuevo y ahí es cuando siento que crece un poquito más. No sé por qué está aquí.
Me gustaría que se fuera para otro sitio. No sé bien a dónde. Pero en mi estómago me fastidia. Ahí está de nuevo, muerde, araña, cric cric cric. Y no me deja dormir. Está aquí dentro hace ya casi dos horas. Empezó pequeñita, casi ni la sentía, pero se delató con un ligero movimiento desde debajo de mi estómago hacia arriba cuando abrí la ventana. Luego comí un plato de papas fritas y creo que ella se alimentó también, porque luego de eso oí el primer cric. Tengo calor, las sábanas de mi cama están en el suelo, el ventilador no funciona, la ventana está abierta y no entra aire pero desde afuera, a secas, viene el ruido de una alarma que suena como todas las demás alarmas de todos los autos del mundo. Cada vez que eso sucede van a la ventana todas las cabezas de mis vecinos, y al mismo tiempo todas menos una respira tranquila al ver que no es su auto el que corre peligro. La cabeza que queda, aprieta el botón que desactiva la alarma, y luego vuelve a la cama pero no duerme más porque la angustia de perder el auto ya lo invadió. Yo no tengo auto porque no me gustan las angustias. Por eso no entiendo de dónde salió ésta que tengo aquí. Creo que ha crecido un poco más pero todavía le queda grande mi estómago. ¿La habré agarrado en la oficina? ¿En el taxi? De repente alguien la dejó por ahí, y cuando estuve cerca se metió sin que me diera cuenta. Pero no la quiero. Si no es mía no la quiero. Pero ¿cómo se lo hago entender?. De repente si se lo pido. ¿Puedes irte por favor?
Uno, dos, tres, cuatro, cinco. No la siento. Seis, siete, ocho, no se mueve. De repente me escuchó. Diez.
- Cric.
Sigue ahí. ¿Y si es mía? La alarma sigue sonando. Parece que alguien decidió que quiere una angustia menos.

De repente hasta cuatro.

(O "Una mujer con ganas de joder")
Ella entra al cuarto tambaleándose.
ELLA
Quería pensar que de repente contigo sí. Pero no lo sé.

Se lanza a la cama.

ELLA
Cómo se puede saber algo así. Es que no se puede.

Él entra, con una botella vacía en la mano.

ÉL
¿Y por qué tanta gente puede?

Tira la botella.

ELLA
Parece que no soy como la otra gente. Pero pensé que eso estaba claro para ti.

Él se queda callado.

ELLA
Creo que tengo dos corazones. De repente también dos hígados y dos estómagos. De repente soy dos personas al mismo tiempo. De repente hasta tres. ¿Porque cómo puedes quedarte con una sola? No tiene sentido. Uno es poco. Es realmente poco.

ÉL
No vuelvas a tomar tanto, me duele la cabeza de solo oírte.

ELLA
Mañana no vas a decir eso. No te va doler la cabeza. Mañana de repente podemos ir a pasear y pensar todo con calma.

ÉL
No hay calma contigo querida. (y suspiró) creo que ya estoy viejo para esto.

ELLA
Estás viejo. No hay duda. Eres un hombre viejo de treinta y tres años. Qué huevón. Ese es tu problema. Que eres un huevón.

ÉL
Tú me has vuelto así.

ELLA
Qué fácil, échame la culpa ahora de tus cojudeces.

ÉL
De repente eso es lo que crees. Que soy un cojudo por querer que te decidas.

ELLA
Yo estoy decidiendo que no quiero una sola cosa.

ÉL
¿Y no crees que más bien yo sería un recontra cojudo por aceptar eso?

Ella no dice nada.

ÉL
Tómate un panadol y dejar de hablar. ¿No te cansas a ti misma? Yo ya no puedo. Duérmete.

ELLA
No me voy a dormir a esta hora. Tenemos mucho por hacer, por pensar. Hay que salir. Y te buscamos otra. Y la traemos acá. Y te demuestro que dos es poco.

ÉL
No quiero tirar con una extraña.

ELLA
No para tirar! Es que, ¿ves? Tú piensas que es sólo por eso. ¿Y quién te ha dicho que yo quiero tirar con tres o cuatro? Eso estas pensado. ¡Esa es la raíz de tu error!

ÉL
Y entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Que crees que me puedo enamorar de alguien más en una noche?

ELLA
Te lo aseguro.

ÉL
¿Así de fácil es para ti? No, espera, me estás preocupando... Qué mierda hago acá hablando contigo si no sabes ni lo que dices.

ELLA
Sé. Claro que sé.

ÉL
A la primera que me acerque a alguien vas a ver como te poner de histérica.

ELLA
Qué básica me crees.

ÉL
Estoy empezando a pesar que efectivamente eres dos, o hasta tres.

ELLA
¿No dije que de repente cuatro?

ÉL
No, te quedaste en tres.

ELLA
Mmm… tres. Puede ser. ¿Ves cómo nos vamos entendiendo?

ÉL
Mira ya no me da risa esto. ¿Podemos parar? ¿Podemos dormirnos?

ELLA
¿Por qué me quieres? ¿Por qué estás aquí? Parece que te gustara toda esta mierda.

El la mira. Se levanta de la cama. Sale del cuarto. Habla desde afuera.

ÉL
Cuando vuelva al cuarto quiero que te hayas tomado tu maldito panadol y que seas tú. ¿Está bien? Te juro que si no te callas me largo.

Silencio.

ELLA
Ven.

ÉL
¿Te la tomaste?

ELLA
No. No quiero tomar nada. Me va caer mal. En el estómago en el que caiga me va caer mal. No quiero estar bien. Quiero que vengas. Dime otras cosas. Dime algo.

El entra.

ÉL
¿Que quieres preciosa? ¿Qué mierda quieres que haga? Dime, de una buena vez. Di si quieres que me quede, o si estás armando toda esta mierda para que me vaya y no tengas que botarme…

Ella no responde.

ÉL
Eres tan cobarde a veces.

ELLA
Soy ¿no?

ÉL
¿Me lo preguntas?....

ELLA
Sí.

EL
¿No lo sabes?

ELLA
No

EL
¿No sabes eso? Sabes toda esa mierda que me dices y no sabes eso.

ELLA
No.

EL
No sabes nada chiquilla.

ELLA
Nada. Es algo.

ÉL
Estoy a punto de creerte.

La mira.

ELLA
Ven, siéntate conmigo. Ven, por favor, ven.

Él va hacia ella. Ella lo abraza largamente.

ÉL
No vuelvas a hacer esto. Ni una vez más.

ELLA
¿A cuál prefieres?

ÉL
Ya estás empezando

ELLA
Dime por favor. ¿A la que te jode? ¿A la que te dice que te quiere? ¿A la que te tiras? ¿O a la que te sirve el desayuno? ¿A la que trabaja o a la que se emborracha? Dime porque yo ya no puedo escoger. Tú eres igual siempre, puta madre. ¿Es que nunca te confundes? Maldita sea. Me aburres!!!

ÉL
¿Tú a cual prefieres?

ELLA
A ninguna.

ÉL
¿No eres feliz, carajo?

ELLA
¿Quién es feliz? ¿Cómo se hace eso? ¡No entiendo! ¿Cómo se hace eso?. Dime.

El no dice nada.

ELLA
Claro, cómo vas a saber, si estas acá. Claro que no sabes. Si lo supieras ya te habrías ido.

ÉL
Eres una cojuda. Me hubieras dicho que me vaya y nos ahorrábamos todo este circo.

ELLA
No, no me entiendes.

ÉL
Eres una cosa: una cobarde. Y puedo decirte otra. Eres una cojuda. Y si quieres que te defina a la tercera, eres exactamente igual que el resto. Sólo que la haces más complicada.

Ella lo mira. El se levanta, duda. Le da la espalda.

ELLA
Vas a ver, ahora que te vayas, lo fácil que se te va hacer conocer a alguien más. Y te vas a dar cuenta de que todavía me quieres, pero esa otra te va interesar también. Y seguro que te la vas a tirar. Y de repente vas a pensar en mí, pero esa otra va tener otro cuerpo, otro olor. De repente tiene pecas y hasta celulitis, y te prometo, que lo vas a disfrutar. Y mañana, cuando pienses llamarme, y no quieras, hazlo. Porque quiero me lo cuentes todo. Si te provoca, incluso podemos salir a pasear.

huída

- Ya no lo quiero. Creo que no lo quiero ni un pedacito. – dijo en voz baja.

Ella miraba por la ventana. Le hablaba a su reflejo en el vidrio, tratando de convencerse de lo que decía.

Manuel la miraba desde su pequeña cama. No recordaba bien cómo había llegado ahí, la resaca le taladraba las sienes y miraba con los ojos entrecerrados a esa mujer a la que pensaba que amaba.

Ella dejó de mirarse, volteó y le dijo.

- Ayer era distinto. Ayer hubiera pensado otra cosa. Habría pensado, no sé. Que de repente sí podríamos haber estado bien, felices, como se dice... Feliz… como si yo supiera hacer eso..

Manuel la miró y le hizo una pregunta.

- ¿Qué haces ahí?

- Estoy pensando si quiero que te vayas o si quiero que te quedes. – le respondió.

- ¿A quien preferirías aquí? ¿A él?

No lo sabía. Estaba parada sabiendo que no sabía nada. Ni siquiera si era bella o fea. Si era buena o perversa. Si amaba u odiaba. A quién. No lo sabía. Y cómo saberlo.

- No lo sé. De repente mañana sí.

- Mañana… ¡Mañana! Hoy fue mañana y mañana va ser ayer y luego todos los días van a ser mañana. Puta madre.

Manuel se levantó y se vistió de golpe. Ella no sabia si detenerlo o no. Qué podría haber hecho para detenerlo. Qué podría haberle dicho si lo único que podía decir era.

- No sé.

Si quieres vete, pensó. Pero luego quedarse sola. De repente sola.

Manuel terminaba de abotonarse la camisa rápidamente. Levantó su bolso, su cámara de fotos, la miró por última vez.

Ella no volteó, sólo oyó la puerta cerrarse y sus botas bajar las escaleras de madera.
Se detuvieron.

Ella volteó y esperó que volviera. De repente él podía decirle qué hacer.

Sábado por la mañana.

Esta mañana no suena el despertador. Es un rayo de sol que se cuela por el pedazo de ventana que una tela gruesa que hace de cortina no logra tapar, el que se mete en sus sueños y lo saca de ahí, de sus sueños. De un pasadizo sombrío, sin ventanas, donde cae a chorros una lluvia inexplicable y donde él la está buscando. Hace un rato que ella se le escapó, sintió que sus manos se separaban, que la perdía y no la encontraba. Vamos, le decía Martín, y ella no lo oía, y él gritaba para que lo escuche. Y no la vio desaparecer.

Abre los ojos y bajo la luz del sol de la mañana está Adriana. De cara a él, despeinada, desnuda. Él la saluda con una caricia en el hombro. Ella abre los ojos levemente, lo ve, se da vuelta y continúa durmiendo.

Él la observa, espera, es la primera vez que la ve despertar, pero ahora que lo nota, ella sigue durmiendo. Él respira, se toma el pelo canoso y se lo peina al azar, lo siente un poco más ralo, se pasa la mano por la cara y la barba puntiaguda le raspa ligeramente los dedos. Con sus manos venosas arrima las sábanas y se levanta de la cama. Acomoda la tela de la ventana y se apaga el sol en el cuarto.

En la penumbra se viste. Se pone la camisa blanca, manchada de vino, el pantalón oscuro que se quitó desesperadamente hace unas horas, cuando Adriana se echó a la cama y lo miró salvajemente. Un par de medias viejas, unos zapatos negros. Busca un espejo para ponerse la corbata, pero al verse le parece una broma usarla. La deja colgada del gancho de fierro que sostiene sombreros y pañuelos al lado del tocador.

En su casa, al otro lado de la ciudad, Helena acaba de quedarse dormida. Ha pasado la madrugada despierta, esperando que llegue Martín, quien le dijo anoche que iría a una fiesta del trabajo, que iría solo, que llegaría tarde. Ahora ella sueña con él, y en su sueño él llega, mojado, cansado. Ella lo oye desde su cuarto en el segundo piso de la casa, sabe que él está abajo. Ella espera, él no sube, ella lo llama, él no la oye. Afuera de su cuarto entra un ruido que no logra despertarla.

Tu piel –pensaba Martín, mientras miraba a Adriana dormir- es como si se hubiera convertido en algo que te cubre. Nada más te envuelve.

Y Martín acaricia a Adriana como si quisiera encenderla otra vez. Pero ella no despierta y él se queda sentado a su lado esperando que abra los ojos, no quiere perderse su primera mirada, necesita verla mirarlo. No quiere ver en sus ojos sus canas, ni sus manos venosas. Quiere ver en ella al hombre que fue anoche. Cuando no le importó nada y le dijo que era bella, que la deseaba desde que la vio, que suba a su auto, que la llevaría lejos, a donde ella quisiera, que le daría todo, esa noche.

Adriana respira apaciblemente, el maquillaje corrido le mancha los ojos, las pestañas gruesas no se mueven.

¿Tú no sueñas?- le pregunta él.

En voz baja y al oído, intenta proponerle la idea de soñar con él, casi con telepatía. Pero no obtiene respuesta, o tal vez sí, ella permanece igual, casi indiferente.

Es como si hubieras olvidado que estoy aquí. – piensa Martín. ¿Y si lo has olvidado? – continúa – ¿Si estás soñando con alguien más? Anoche pudo ser cualquiera, Enrique, Pedro, Carlos, y cuántos otros de todos los que miran dentro de tu blusa, los que hablan de tus faldas todos los días. Pudo ser cualquiera, pero fui yo. Yo dije que te quería, yo dije que te daría lo que me pidieras. Que haría todo por ti... pero no te acuerdas.

Martín se levanta de la cama, en silencio.

- Sí, te has olvidado. Es lo mejor Adriana, has tomado una buena decisión. Eres más inteligente que yo. Te prometo un aumento, te prometo. Y te voy a ayudar a conseguir a alguien, a alguno soltero, que te dé lo que te prometí. Yo ya estoy viejo, ¡mira mis manos!

Sus manos, la derecha está desnuda. Busca su aro en los bolsillos del pantalón, del saco, de la camisa, en el suelo, entre el vestido de Adriana, en sus zapatos, sobre ella, en su mano.

- ¿Qué hace ahí?

Martín se congela en el cuarto. Adriana abre los ojos.

Martín- le dice ella.- sigues acá. Pensé que te irías. Te di tiempo para irte y te quedaste.

Mucho tiempo, demasiado. Porque Martín ya no estaba esperando que se despertara, ya había dejado de hacerle guardia a su sueño porque ya no deseaba que lo mire, ahora desea con todas sus fuerzas que ella duerma profundamente, para que él pueda escapar, hacer de cuenta que nada sucedió, olvidarlo todo, aumentarle el sueldo, despedirla, olvidarla, volver a casa porque la hora, y el desayuno y cuando Helena se despierte.

No pensé – le dice – No quise. No te mentí, pero no quise.

Pero sí quiso, y Adriana también. Y Martín no lo sabe, porque ella todavía no le dice, pero ella lo había escogido a él, hacía mucho. Y su edad, pensaba ella, la ponía en desventaja con él. No sabía cómo hacerle notar su interés, sólo atinaba a ver si despertando sus celos lograría lo que ha logrado, que esté ahí, en su cama, mirándola.

- Pero tú tranquila Adriana, tranquila. Todo va estar bien. Disculpa si te ofendí, si te ofendo ahora, pero hagamos como si nada hubiera pasado. ¿Quieres un mejor sueldo? Dime y te lo doy. Pero me tengo que ir y esto nunca pasó.

Ella no dice nada, lo observa, no sabe qué decir, sólo atina a quitarse de encima la sábana que la cubre.

No te vayas – le pide, desnuda. No quiero quedarme sola.

Martín la mira, parado frente a ella, cuánto la deseó, tanto tiempo, y ahora Adriana se levanta, se acerca a él, y él imaginó esto por días enteros en los que no pensaba en otra cosa, pero esto es mejor porque ella le está quitando la camisa, y lo está besando. Y está sobrio, y ella no ha visto sus canas, no ha visto sus manos venosas, lo ve como el hombre que él quiere ser.

Afuera empieza a llover. Y el ruido de la lluvia le recuerda su sueño, una cara mojada, un pasadizo.

- ¿Tú? – le pregunta a Adriana, y le aparta el pelo de la cara para ver sus ojos.

Pero no recuerda la cara de la mujer que se le escapaba de las manos y no quiere que sea ella. Recuerda la desesperación por perderla y no quiere sentirla de nuevo, ahora están juntos, es lo mejor que le ha pasado en la vida y eso es todo lo que piensa.

Afuera de la casa de Martín y Helena su oye a un perro que ladra y una alarma de auto que suena. Y Helena sigue durmiendo, y en sus sueños grita:
-¡Martín!
Y espera una respuesta, pero es como si Martín estuviera ciego, sordo. Desde arriba lo oye caerse sobre la mesa, oye el ruido de los platos romperse, el vidrio de los vasos hacerse pedazos, lo oye golpearse y ella lo llama, trata de guiarlo, desde arriba, y desde cada vez más arriba pues es como si el suelo se hubiera disparado.
-¡Estoy aquí!
Pero él está ciego de ella y no adivina escaleras, no ve el camino. Y ella no baja, sólo espera que él encuentre la manera de llegar.
Y sigue durmiendo porque está cansada.

increíble


increíble es tener que construirte otra vez

un botón y desapareciste del mundo

de mi mundo


con otro te revivo

y vamos letra por letra

hasta que ...

vamos a ver hasta cuándo